miércoles, 22 de septiembre de 2010

Por fin

- Schopenhauer fue un psicópata que padeció hasta su muerte manía persecutoria.
- ... De ahí que a su perro de lanas le dejara en el testamento un legado superior al que dejó a su ama de llaves.
Johann Fischl

- Sus afirmaciones son efectivamente juicios de valor afectivo exprimidos de un resentimiento enfermizo. Y cabalmente por ello encuentran fácil resonancia al chocar con otros temperamentos igualmente resentidos.
Johannes Hirschberger

Sí, creo que ya encontré tema de tesis

martes, 21 de septiembre de 2010

Por qué odio la primera mitad del semestre de clases (más que la segunda mitad)

Nota: planeaba publicar este post a principios de septiembre; pero la situación no cambió mucho hasta hoy, que ya es más fin que principio de mes. Su título original era Por qué odio las primeras semanas del semestre de clases (más que las demás).
Recordemos también, que en la UNAM los "semestres" duran cuatro meses.
Y no, no tengo ni idea de por qué sentí la necesidad de decir eso.


Constantemente me pregunto si hay alguien, además de mi sobrino de seis años (que está loquito), al que sí le guste ir a la escuela. Yo no soy muy fan. Sin embargo, me parece más tolerable ir a la facultad por ahí de noviembre, que en agosto.

Me molesta ir y que no se pueda caminar en los pasillos, por toda la gente que hay.
Ustedes saben que el grueso poblacional no me es muy grato. Pero a principios de semestre se aparece tooodo el mundo - además de los estudiantes regulares (o no tanto), ves pulular por ahí al maldito que te robó el lugar en la clase que querías, que dejará de ir en algún momento, y que sólo quiere enterarse de cómo califica el maestro.
También están los amigos de los amigos de los amigos, porque en vacaciones no se vieron (duh).
Y no nos olvidemos de los estimados (estimados porque pertenezco a este rubro) estudiantes del noveno semestre perpetuo, es decir, los que ya no tendríamos que estar ahí, pero ahí seguimos, aferrados a seguir siendo estudiantes hasta que nuestros padres nos lo permitan, aterrados de tener que titularnos y enfrentar la vida real.
Añadamos a eso a los queridos chicos de primer ingreso. Ésos que vestidos muy rudos, o que son muy fucking hipster (ya se darán cuenta de que los intelectuales no se visten así, sólo los de arquitectura...), o que llevan cargando su libro de Twilight (me sorprende que no los pateen... aún), se quedan parados idiotamente, estorbando a medio pasillo, porque no saben dónde demonios están los salones 000-. Pero nooo, ¿Preguntar? ¿¡Cómo crees!? Yo ya soy grande, voy a la universidad, y debo saberlo todo.
Hasta dónde está un salón en un edificio al que nunca había venido.

¿Saben dónde más estorban los chicos de primer ingreso?
En las filas para hacer trámites.
Las filas, de por sí, son eteeernas. Y las señoras que atienden las ventanillas o escritorios, no son naaada amables. Pero nuestros pequeños recién llegados nos hacen el favor de entorpecer los trámites, en vez de (otra vez) preguntar qué es lo que necesitan.
También parece que les encanta formarse en una fila donde no tienen nada que hacer.

Sin embargo, el más serio contendiente a sacarme una úlcera del berrinche, es mi querido Pumabús.
Me molesta que el Pumabús vaya taaan lleno, que no me pueda subir a dormir.
De dónde sale tanta gente, como para atascar así nuestro querido transporte, no tengo ni idea.
Sólo sé que, si los chicos de nuevo ingreso vuelven a bajarse dos paradas después de atascar el Pumita, gritando ¡¿éste no va al metro?!, evitando que pueda tomar mi siesta reparadora, voy a quemar algo.
Como las credenciales que no saben que tienen que recoger en la ventanilla 7, no en la 2.