martes, 29 de noviembre de 2011

La semana pasada fui al examen profesional de un compañero de mis clases de alemán (un ejemplo de las taradeces a las que nos dedicábamos durante dos horas diarias, de lunes a viernes, aquí). El muchacho estudió Composición en la Escuela Nacional de Música, y se fue de intercambio como mil veces, y decir que el examen estuvo increíble es una descripción insuficiente (understatement, pueh').

Estuvo taaan increíble, que ha sido el único examen profesional en el que mi cabeza no me ha gritado "y tú para cuándo, inútiiil?" todo el tiempo.

Un par de horas después, sin embargo, mi cabeza se puso a gritarme que era una idiota de todos modos.

Hacía más de dos años que no había visto al muchacho en cuestión. Ya ni sabía en qué andaba. Y después estoy en su examen, escuchando todo lo que salió de él, y me di cuenta de que no sabía en qué andaba cuando nos veíamos a diario tampoco. No tengo ni idea de quién demonios es esa persona.

Es evidente que el muchacho tiene mucho para ofrecer, y yo nunca me molesté en ponerle atención o echarle un poco de ganas.

Ahora me pregunto a qué tantas personas "valiosas" he dejado pasar, mientras me quedé atascada con la gente de siempre.

Y conmigo.

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