Durante mis años de adolescencia azotada, mantuve el hábito de llevar un diario.
El otro día me encontré los cuadernos que destiné para ello, y me puse a leer con curiosidad.
Horrorizada ante lo que veía, decidí tirarlos a la basura.
No sólo por la pena que me di a mí misma, y por la confirmación de que todo sigue igual, y que las personas en realidad, en el fondo, tampoco cambiamos.
También me deshice de ellos porque, como me dijo un amigo hace tiempo, "siento que la vida se me pasa y no he experimentado nada que haya valido la pena", y no necesito un constante recordatorio de eso debajo de mi cama.
El otro día me encontré los cuadernos que destiné para ello, y me puse a leer con curiosidad.
Horrorizada ante lo que veía, decidí tirarlos a la basura.
No sólo por la pena que me di a mí misma, y por la confirmación de que todo sigue igual, y que las personas en realidad, en el fondo, tampoco cambiamos.
También me deshice de ellos porque, como me dijo un amigo hace tiempo, "siento que la vida se me pasa y no he experimentado nada que haya valido la pena", y no necesito un constante recordatorio de eso debajo de mi cama.