Música para mis oídos

El otro día iba de regreso a mi casita en el trole. Estaba a punto de quedarme dormida (ya estaba semi-inconsciente) cuando escuché una voz (desde lo que me pareció una galaxia lejana) que decía algo como "esperando que las melodías que le ofrezco sean de su agrado". Fuuuts.

Gemido resignado. Me imaginé (y preparé para) lo peor. Ya estaba esperando el "320 temas con lo mejor de los éxitos del reggaetón" aaargh. Casi siempre me toca algo así; lo más decente que habían querido venderme fue la discografía oficial completo de los Beatles y un compilado de los éxitos del rock de los sesentas que resultó ser un disco de covers a Janis, los Doors, Sabbath y Led Zep ¡en español!!! En fin. O eran los éxitos duranguenses o era alguien con una guitarra que por lo general canta refeo. Y canciones que no me sé.

Pero no. Comenzó a sonar un violín. Abrí mis ojos soñadores (legañosos) y ahí, enfrente de mí, estaba un tipo, tocando.

Un chico. Seguro no era más grande que yo. Me dio ternuriiita porque estaba vestido formal (dentro de lo posible), como si fuera a dar un concierto en el Auditorio y no ahí, en el trole.

Cuando terminó con su repertorio (como 25 minutos después) no pude evitar sonreír, cuando todo el mundo de pronto se veía miserable.

Lo que sucedió fue que se dedicó a tocar algunas de las canciones más tristes que he escuchado en mi vida. No sé cuáles eran, ni siquiera sé si las interpretó bien. Lo que sí sé es que le echó muchas ganas y pasión (ja). Lo que sé es que yo estaba en depresión total y escucharlo me ayudó bastante. Porque, cuando estás mal, no escuchas canciones felices. Escuchas lo más triste que te encuentras para lloriquear y sentirte mejor.

Por eso yo estaba sonriendo.

Ahora me siento un poco mal por no haberle ofrecido más que los tres cochinos pesos que traía de cambio.

Un saludo, chico del violín. Todo mi agradecimiento a tu persona.

Porque escuchar tus canciones (y sentirme identificada con su triste sonido) es justo lo que necesitaba.