lunes, 16 de agosto de 2010

Es muy fácil arrepentirse de las decisiones grandes - es fácil darse cuenta cuando uno se equivoca, porque las repercusiones suelen ser igual de grandes.

Yo últimamente he estado pensando más bien en las decisiones pequeñas. Aquéllas a las que no les damos mucha importancia - qué libro voy a leer, ¿me desvelo para ver esa película?, luego le hablo, neeeh no voy a la fiesta... suelen ser situaciones tan (aparentemente) triviales, que no les ponemos mayor atención. Y por eso, más adelante, no sabemos cómo nos marcaron; no sabemos cómo nos cambiaron, ni qué nos trajeron.

Si es que nos cambiaron o nos trajeron algo.

Pero por más malo que sea ignorar las consecuencias después, creo que es peor ni siquiera poder considerar su impacto desde antes - son cosas tan nimias, que tanto puede no ocurrir absolutamente nada, como pueden ser bolas de nieve cayendo por una montaña, aumentando de tamaño hasta que nos aplastan y arrastran nuestra casa.


Olvidémonos de que escogí mal la carrera. Eso es obvio.
Debí pedir clases de ruso y no alemán para matar mi tiempo libre.

Espero que a mi perro le haya dado tiempo de correr de la avalancha.

1 comentario:

diomedes davor dijo...

nunca es tarde para comenzar de nuevo doña memmis, y usted puede hacer muchas cosas más aparte de la pedagogía y estoy seguro que no le costarán trabajo.